No es una decisión fácil y en esta se considera tanto la opinión de la madre y su familia, como de un comité de ética compuesto por un equipo multidisciplinario de salud. Cuando a una mujer embarazada se le diagnostica cáncer, antes de iniciar su tratamiento debe tomarse en cuenta el tipo de enfermedad, su nivel de progresión y la etapa de gestación del feto.
“Normalmente un embarazo no cambia la forma de tratar un cáncer, pues no altera el pronóstico. Lo que sí ocurre, en ciertas ocasiones, es que se retarda el diagnóstico y/o se posterga el tratamiento hasta alcanzar la viabilidad fetal, que es la etapa del embarazo a partir de 28 semanas de gestación, en la cual el feto puede ser extraído del vientre de la madre y, luego de ser sometido a variados tratamientos neonatales, tener mejores probabilidades de sobrevida”, explica el Dr. Héctor León, jefe de la unidad de oncología ginecológica del Instituto Oncológico Fundación Arturo López Pérez, FALP.
Según el especialista, esas ocasiones podrían darse ante un cáncer de mama o de piel –ya que los tumores no crecen tan rápido y es factible esperar un poco–, o cuando la mujer embarazada requiere un tratamiento que podría perjudicar al feto, como una quimioterapia de alto riesgo que haga frente a un linfoma o una leucemia.
Existen otras situaciones en que el cáncer está en una etapa muy inicial y, por lo tanto, es posible tratarlo de manera localizada, sin poner en riesgo la vida del embrión. Sin embargo, hay algunas circunstancias en las cuales el cáncer debe ser controlado de forma inmediata, independiente de las semanas de gestación del bebé.
Si bien la asociación embarazo y cáncer es poco frecuente, en FALP se han reportado algunos casos por año. “La madre podría, por ejemplo, tomar la decisión de postergar el tratamiento para llegar a la viabilidad fetal sabiendo que eso puede significar el compromiso de su propia recuperación, sobre todo cuando se trata de tumores que avanzan muy rápido, como los hematológicos”, comenta el doctor León.