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El autocuidado de hacerse la mamografía es quererse
Michelle Arellano dejó pasar seis años sin hacerse este examen. Cuando le diagnosticaron cáncer de mama, inició un tratamiento que fue exitoso, pero también un proceso de sanación interna.
Michelle Arellano trabaja en un puesto ejecutivo en un banco, tiene 4 hijos -entre 23 y 11 años- y siempre ha practicado mucho deporte, incluso artes marciales. Y cuando supo que tenía cáncer de mama, su mundo siguió andando; no cayó en la cuenta de lo que implicaba su diagnóstico hasta su segunda sesión de quimioterapia. Antes de eso, dice, “estaba en un nivel de inconsciencia absoluta”.
A ese estado atribuye también el hecho de que hubiera dejado pasar seis años -y no tres, como ella pensaba- sin hacerse la mamografía. Incluso sabiendo que debía controlarse semestralmente por unos quistes que solían aparecer y que ya se había operado dos veces.
“Yo soy un ejemplo de lo que el descuido y la espera generan. ¿En qué minuto se pasaron seis años? Puede haber muchas explicaciones: los niños, la casa, el trabajo… Pero la verdad es que igual tuve tiempo para ir a hacerme el pelo, al gimnasio o a tomarme un café con alguna amiga, ¿por qué hubo tiempo para eso y no para pedir hora para un examen?”.
Un día por casualidad palpó algo raro. Tuvo la esperanza de que fuera uno de sus antiguos quistes –“no sabía si lo tenía porque hasta ponerme crema lo hacía apurada”-, pero se dio cuenta de que era algo diferente. Se hizo los exámenes rápidamente y el diagnóstico fue un cáncer agresivo (triple negativo) que se había extendido a los ganglios. Habría que hacer quimioterapia y radioterapia, tras las cuales se sometió a una cirugía.
El proceso que inició entonces fue para Michelle muy parecido a lidiar con el mar: “Cuando era chica me revolcaban mucho las olas; cuando me golpeaban trataba de resistir, pero me volvían a botar. Ya grande empecé a bucear, y ahí me enseñaron que es muy agotador pelear con la corriente, tienes que dejar que te lleve. Con mi tercera quimioterapia, un día me sentí tan mal que creía que me iba a desmayar, temblaba, pero no podía permitirme estar así, quizás quedaba tirada ahí, mis niños podían encontrarme… Una resistencia espantosa; hasta que algo me dijo ‘ya no pelees, deja que esto uya y te sane’. Y desde ese minuto, pude recuperarme un poco”.
Ha pasado casi un año desde que Michelle completó exitosamente su tratamiento en FALP, hasta donde había llegado por la recomendación de personas cercanas a ella que incluso le consiguieron su primera hora, acto que hoy agradece mucho. Al igual que valora la atención de sus médicos tratantes, que la guiaron en su camino terapéutico, a la vez que ella se entregaba a un proceso de sanación que era también interno.
“Mis hijos siempre habían visto a una mamá super trabajólica, que nunca se daba espacio para descansar, a la que jamás le dolía nada. Pero caerse es legítimo, lo que no quiere decir que después no te levantes. Hay que hacerse cariño para dar un paso más y seguir caminando. Finalmente, el autocuidado, como hacerse la mamografía, significa quererse, tener amor por el cuerpo que te contiene. Todo esto que parece tan lógico, para mí no lo era; y ahora es lo que trato de recordar”.