Embarazo y cáncer: El dilema de postergar o no el tratamiento
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El linfoma es un tipo de cáncer que se produce cuando se da una falla en la forma de actuar de los linfocitos (células que forman parte del sistema inmunitario). Una de las características de este cáncer es que tiene origen en los ganglios linfáticos, y, al igual que el resto de linfocitos, los cancerígenos pueden crecer en muchas partes del cuerpo: nódulos linfáticos, médula ósea, sangre, distintos órganos, etc.
Por ello la presencia de este tipo de cáncer en otras partes del cuerpo no puede interpretarse como metástasis, pues el sistema linfático está en todo el cuerpo y en cualquiera de los lugares donde esté puede producirse.
Existen alrededor de 50 tipos de linfomas y la clasificación más común es el de Hodgkin y el no-Hodgkin (que se divide a su vez en linfoma no-Hodgkin de células B o de células T). Estos tipos de linfomas son diferentes en cuanto a cómo se comportan, se propagan y responden al tratamiento.
El Dr. Claudio Flores, hemato oncólogo del Instituto Oncológico FALP, indica que los síntomas “se pueden confundir con los de infecciones o cuadros inflamatorios comunes, por lo que muchas veces se retrasa el diagnóstico. De ahí que es importante identificarlo a tiempo, antes que la enfermedad provoque complicaciones”.
El especialista precisa que es factible confundir el linfoma con cuadros infecciosos o infecciones por virus, bacterias, u otros gérmenes, porque aparecen ganglios en el cuello, en las axilas, en la ingle y otros sitios. Otros síntomas que suelen acompañar a la enfermedad son la pérdida de peso, fiebre y sudores nocturnos profusos, según el desarrollo de la enfermedad.
“A un ganglio que dure más de dos semanas hay que prestarle mucha atención, siendo necesaria la evaluación por un médico y eventualmente tomar una biopsia del mismo. Muchas veces los ganglios comprometidos por linfoma son de crecimiento lento y no duelen, lo que contribuye a retrasar la consulta médica”.
Para confirmar la sospecha es necesario que se obtenga del paciente una biopsia adecuada para su correcta tipificación. Se realizan diversas pruebas, que generalmente se indican de forma sucesiva:
Examen histopatológico
Se obtiene por biopsia de algún ganglio anormal, idealmente quirúrgica. Parte de la biopsia se fija para su examen en cortes y en preparaciones con distintas tinciones para valorar los componentes, las atipias celulares y el patrón arquitectural del tumor. Otra parte se procesa en fresco o se congela para evitar la degradación de las proteínas o ácidos nucleicos y permitir estudios subsiguientes.
Inmunohistoquímica
Permite identificar en las células tumorales los marcadores que indican la línea celular a la que pertenecen (B o T) y estudiar combinaciones de otros marcadores que corresponden a un tipo determinado de linfoma. Se puede complementar con citometría de flujo, que es otra técnica muy útil para precisar el diagnóstico.
Citogenética y fluorescencia in situ
El estudio de las alteraciones cromosómicas o genéticas de las células tumorales, es útil en algunos casos.
Genómica
Estudio por distintos procedimientos de laboratorio de la expresión de un perfil de genes en el tejido tumoral. Estos genes pueden o no estar mutados, sobre-expresados, expresados normalmente o deprimidos, y su análisis da información sobre la “firma genética” del tumor y pistas sobre su origen y cómo combatirlo mejor. No es un examen rutinario.
Una vez que el hematólogo sabe el tipo de linfoma es importante saber en qué etapa de la enfermedad se encuentra el paciente. Para ello, existe el sistema de Ann-Arbor, que es una clasificación que divide la etapa de la enfermedad en cuatro estadios:
El Dr. Flores señala que no existe certeza sobre la causa de los linfomas, excepto bacterias como el Helicobacter pylori o algunos virus como el VIH, que juegan un papel relevante en la aparición de ciertos tipos de linfomas. Sin embargo, no se sabe con certeza qué factores están provocando el aumento progresivo observado en los últimos años en el número de casos de linfoma.
El tratamiento puede ser variado: fármacos citotóxicos o quimioterapias que atacan directamente el ADN para evitar la reproducción de las células cancerosas; anticuerpos específicos; la combinación de ambos o quimioinmunoterapia; radioterapia en ciertos casos, y la posibilidad de realizar un trasplante de médula si lo anterior no consigue la curación de la enfermedad.
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