Carlos Tapia tiene 50 años. Casado y con dos hijos -de 20 y 15 años-, está dedicado a un emprendimiento de alimentación saludable: Mercadito Sary (@mercadito.sary en Instagram), almacén ubicado en una esquina de la plaza de Las Cabras, en la región de O’Higgins, donde vende una variedad de productos con los que quiere aportar al buen vivir de su comunidad.
“Para ser franco, aún no les ganamos al completo y las papas fritas. Entendemos que puede ser más atractivo comerte un completo con una bebida que unas ramitas de garbanzos con un jugo orgánico, pero estamos batallando para incorporar nuevos hábitos”, dice.
No siempre pensó igual. Hasta 2016, no cuidaba lo que comía; de hecho, dice, pesaba 50 kilos más. En el centro de su cambio estuvo el diagnóstico de cáncer de colon avanzado -con metástasis en peritoneo, pulmones e hígado- que recibió ese año.
“Mi piel había tomado un color distinto y además estaba muy cansado, lo que atribuía a un estrés por el trabajo. Mi señora insistió tanto, que decidimos ir a ver a una hematóloga en FALP. Fuimos ahí porque hace años contratamos el Convenio Oncológico Fondo Solidario. En ese momento dijimos ‘tomémoslo, porque si no lo ocupo yo, le servirá a otra persona’”, recuerda.
Carlos descubrió que, sin darse cuenta, estaba perdiendo sangre en las deposiciones, uno de los principales síntomas del cáncer de colon. Y esta fue justamente la noticia que le dieron, sumada a un sombrío pronóstico. “Tenía 45 años, el mayor de mis hijos aún no salía del colegio, fue fuerte”, dice. Empezó entonces una larga serie de tratamientos, que se extendió por tres años.