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Cáncer en adultos mayores: Los beneficios de recibir una evaluación oncogeriátrica
Dado que la tercera edad es una población muy heterogénea, se deben considerar distintos aspectos de cada paciente para ofrecerle el mejor tratamiento posible.
Según cifras del Censo de 2017, las personas de 65 años y más en Chile corresponden al 11,4% del total de la población, prácticamente el doble que hace 25 años. Este envejecimiento del país es uno de los factores que inciden en que el cáncer se encamine a ser la primera causa de muerte en Chile en 2020, como pronostican los especialistas, dado que la edad es uno de los factores de riesgo asociados al desarrollo de esta enfermedad.
En este escenario, el desafío no está solamente dado por el aumento de pacientes oncológicos, sino que además porque la tercera edad representa un grupo diverso de personas. Así, los tratamientos deben tomar en cuenta las condiciones particulares de cada individuo, como hace notar el equipo de Oncogeriatría del Instituto Oncológico FALP, encargado de realizar esta evaluación.
“La población mayor de 60 años es muy heterogénea, entonces podemos encontrar un paciente con cáncer de colon de 75 años que es activo, funcionalmente independiente, hace ejercicio y maneja su plata; y otro de la misma edad y con el mismo cáncer, pero completamente dependiente de terceros, que está postrado en una cama y tiene múltiples enfermedades”, afirma el Dr. Rubén Soto. “Nuestro pilar fundamental es una herramienta llamada Valoración Geriátrica Integral (VGI), que no sólo incluye aspectos biomédicos clásicos –como las enfermedades del paciente, los remedios que toma, sus alergias–, sino que también otros propios de la persona mayor y que pueden repercutir en su desempeño posterior: cómo está su funcionalidad, la cognición, el sueño, el ánimo o el apetito, si hay caídas, si ocupa algún tipo de apoyo sensorial o prótesis… En base a eso, uno se hace una idea mucho más completa de en qué situación está esa persona”, agrega el geriatra.
La Dra. Rocío Quilodrán comenta cómo este análisis oncogeriátrico integral ayuda a establecer tanto riesgos asociados como beneficios del tratamiento en cada caso: “La VGI nos permite distinguir la población frágil de la robusta, y decir que un paciente tiene mayor posibilidad que otro de hacer toxicidad por quimioterapia, tener una estadía hospitalaria prolongada o una complicación en la cirugía. Pacientes con la misma enfermedad e igual de avanzada van a responder distinto a una misma terapia. Hagamos entonces propuestas de tratamiento que sean acordes a su capacidad física, su medio social, sus patologías, su cognición, su familia”.
Conocer los diferentes aspectos que conforman la realidad de una persona da la información necesaria a los geriatras para hacer comentarios y sugerencias a los médicos tratantes. “Podemos decirles que un paciente no tiene ningún problema para enfrentar el tratamiento propuesto, pero que para otro no es lo mejor, ya sea porque no tiene quién lo cuide, sufre una demencia o presenta secuelas de otras enfermedades.
O preguntar por alternativas, quizás la misma quimioterapia, pero en dosis reducidas. O ver si hay tiempo para acondicionar al paciente antes de ir a cirugía para minimizar los riesgos y hacer un plan de intervención, y acompañarlo en el proceso de operarse. Después programamos un control post alta”, cuenta la especialista.
CULTURA DEL VIEJISMO
El diagnóstico oportuno es clave en el pronóstico de un cáncer. “Los mayores de 65 años tienen un aumento de 11 veces en la incidencia de cáncer, y de 16 veces en la mortalidad, con respecto a los menores de esa edad”, afirman los geriatras de FALP, y plantean que muchas veces la enfermedad se detecta tarde sólo porque los síntomas se asumieron como condiciones obvias de la vejez.
“A la edad se le atribuyen todos los males. Existe una cultura del viejismo, en que se cree que las personas, por ser mayores, tienen que ser sordas, sufrir incontinencia, problemas de memoria o para dormir, tener caídas frecuentes. Cosas que hemos asimilado como propias del envejecer y que no son tales. Eso lleva a la gente a no consultar. Nuestra recomendación es que sobre los 60 años las personas tengan un control regular, ya sea preventivo o de tratamiento con geriatría. Se debe evaluar e interrogar al paciente en forma dirigida para discriminar si sus síntomas son propios del envejecimiento o de otra enfermedad, como un cáncer. Una persona mayor que presente cualquier síntoma que afecte su calidad de vida debiera consultar con un geriatra”, plantea el Dr. Soto.
Desmitificando las condiciones en que se encuentra la tercera edad, la geriatra Rocío Quilodrán agrega que “la mayoría es autovalente. Según el Estudio Nacional de la Dependencia en las Personas Mayores, menos del 30% de ese grupo es dependiente para algo; es decir, el 70% hace todo solo. Es una población en la que no podemos normalizar que se sientan mal, ya que con las expectativas de vida tan altas que tenemos, hoy pueden vivir 20 o 25 años más. Muchas veces uno pregunta a la familia y te dicen que el paciente hace 5 años empezó a bajar de peso, no quería comer, se quejaba de un dolor. Y no se considera que, si algo no le dolió los 60 años previos, por qué le duele ahora. Hay que estar más atentos a los síntomas que incomodan a los adultos mayores, para un diagnóstico precoz, dar una mayor chance de enfrentar una terapia en mejor estado y cambiar el pronóstico”.
LA BOLSA DE REMEDIOS
Según explica la Dra. Rocío Quilodrán, al evaluar a los pacientes muchas veces se encuentra con que vienen consumiendo remedios que no deberían tomar. “Quedan usando de manera permanente medicamentos que un doctor les indicó en forma transitoria. Siempre les decirnos ‘tráigame la bolsa de medicamentos’ y empezamos a preguntar por qué los toman. Te dicen que ya no se acuerdan o que se los dieron hace tiempo, la vecina lo recomendó, la hija lo tomaba, al marido le hizo bien… Y cuando se ordenan, uno ve que sólo por polifarmacia el paciente se siente mal. Al tomar más de 8 compuestos la posibilidad de que no haya interacción es nula”. También, relata, con los adultos mayores es frecuente que se genere lo que llama “cascada de la prescripción”, que tiene mayores posibilidades de ocurrir cuando el paciente no es evaluado de manera integral: “Por ejemplo, consulta por un dolor, entonces le recetan algo para el dolor, pero que le causa náuseas; luego le dan algo para las náuseas, pero que le provoca temblores, entonces otro doctor le dice que tiene Parkinson. Al final lo que ahí hubo fue una cascada de prescripciones inadecuadas por irse enfocando en síntomas aislados”